En aquella comida de empresa el murmullo costante del restaurante lleno de comensales, unas flores naturales decoraban las mesas, al alcance de aquellos floreros con el toque magistral de aquellas mujeres empleadas en el empeño de aquel salón decorado y acogedor, solemnemente catálogado, alcanzaba las estrellas de la última generación.
Servilletas moradas y asexual con encanto cuidadosamente superpuestas, en aquellas mesas con mantelería a doble cubierto, clasificado con los dedos de una mano en cantidad, de cinco en cinco, se podía contar los tenedores. Entre copas en formación y presentación de hilera delineadas alrededor de aquellos vasos de cristal de bohemia, llenos de hielo al cúbico.
La estancia llena de pequeños detalles; entre los cuarenta principales se citan los cuales: los puramente comestibles.
La calidad a la altura de la buena mesa. Repleta de amor propio, siendo que el humor estaba servido y configurado en la comida de la empresa.
Al primer plato le pusieron setas. Primero en designación se tomó como sopa. A lo segundo, después del entrante, un melón con jamón después del descorche en botella cerrada de vino excelente que fue servida y bebida para lo siguiente.
Le pusieron chivo y se lo comieron, con almendras.
Hubo coctel suculento en la puerta. Un chupito y copas en la barra. Ensalada de impresión, un postre de melocotón, todo ello en comida virtual, bebida virtual, agua mineral, humor y vino, la comida fue de categoría, de escritura digital.
Operadores, impresores, peritos y la diversidad de los oficios entre la música debidamente ecualizada, producto de una elaborada sonorización en un recinto acústico magnífico; anti retorno, anti eco, con su musa auditivamente atento al oido estético. Para buen catador, exquisito.
Aquella cena que empezó en murmullo de fondo y turbante, en el cambio de tercio comenzó la orquesta, mientras se iba rompiendo el hielo, los graves en sonido harleydiano turbaron debajo de las mesas, entremedios agradables, el agudos en siseo sensible cuando comenzó el baile.