Como era de esperar en Eurovisión se vive la polémica, echando un vistazo entre los del sofá, butaca y sillones en Europa. Seguidores y público asistente, el empate no podía faltar en cuanto a defensores y detractores de la actuación y hay quien cuestiona el mismo evento, no falta quien prefiere romper la baraja, el festival o el concurso. Hay mil parodias en desprestigio. Menos mal que es y somos de España donde todo va, de dos en dos, para ir bien, pero se olvida que tiene que ser al unísono.
En las parodias suena demasiado la pandereta, a pesar de una espectacular puesta en escena, medios, iluminotécnia, efectos que alguna vez habrá que usarlos.
A Edurne le aplaudieron y ha gustado, esa es la verdadera satisfacción y recompensa. Contenta con su actuación, indicador de su triunfo personal.
Está estudiado y psicoanalizado en arte dramático las artes escénicas, el actor y su transformación, al cual le agrega su alma. Y todo ello girando en la voz personal y composición a toda música.
El jurado se ha inclinado en el tachun tachún y ha dejado a España detrás, casi a dos décadas donde el la- la- la triunfó y triunfábamos con la peseta. Para una composición aplaudida y vanguardista hay que estar sordo, ser jurado sin captar el estado emotivo del público en una actuación que conlleva, coreografía, trabajo, puesta en escena, en torno a la artista. A decir verdad, y no criticar a los que critican, esto huele a Europa, pero como así, va todo, en la Europa del Euro.
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