SEGUNDA EDICION (Agotado)

jueves, 18 de junio de 2015

El fallo

  Fallos lo tiene cualquiera, estoy harto de ver fallos, hasta los míos.  A veces una foto fuera de lugar ó palabra mal puesta, puede cambiar el sentido de lo escrito, tampoco es plan de llevarlo siempre a la redacción de la empresa, dado que todo está en crisis.
Cuando te das cuenta, se corrige y se le pone el punto, o la coma, entre las líneas, Un puntazo si cabe, sienta de maravilla, colocado en su sitio, que se traduce en emoción con corchea  fusa y puntillo que alarga media parte más, además del tiempo de la nota, entre acordes musicales, a tan buen pentagrama.
Cierto es, se equivoca quien hace, quien no hace, no toca y no suena, no sabe o no contesta ó lo dice todo, en todo el medio, que deja sin habla el tema, sin opciónes equívocas.
Dándose la particularidad a quién tiene más responsabilidad, el fallo se hace más gordo. Creo que es la reacción la que delata y cuando se cae, se tiende a mirar, si te han visto con plena partitura desparramada.
Hay que ser cáuto, aún sin tener que dar explicaciones a nadie, mejor un fallo consentido, que un fallo  reprochado, pero, después de un buen fallo.
  Grandes errores ocurren, caso de los accidentes, una vez me contaron un relato, tan bién contado que parecía vivirlo yo:
Quedé encerrado en un enorme desgüace, me perdí buscando cables y clavijas  de una emisora móvil de radio en forma de furgoneta.  A las dos de la tarde cerraron y me cogió entusiasmado quitando y poniendo conectores jacks macho-hembra. Abrieron a las cuatro, y yo dentro, encerrado entre tanto coche tendido, menos mal que la mente que es prodigiosa, se me puso a pensar en la situación accidental, en mi estancia y desolación en aquel sitio.  Me vino a la memoria, no hacía mucho mi recorrido por el museo del Prado, cuando se me paró el tiempo, con todo tan bién puesto, allí cabía de todo dentro de su sitio.
Entre tanto silencio, se perdía la vista suavemente en la explanada de los besos de coches y situaciones embragadas, ya no respiraban.
En aquellas dos horas a reflexionar, con la puerta cerrada, me dejaron entrever tantos fallos, que se me olvidó el mío. Yo quiero.